La pasajera no me dijo dónde iba,no hacía falta, su cara desencajada me suplicaba que volara al hospital.
Despegué del suelo, no existían ni semáforos ni señales de tránsito, sólo el halo de vida que quedaba entre entre las frazaditas que lo envolvían.
Bajaron casi en marcha y se perdieron entre un mar de túnicas blancas; jamás había sentido tanta impotencia, tanta rabia.
Ayer me llevó un pasajero cerca de la casa del bebito; la mamá me atendió amablemente ( pensó que le iba a cobrar el viaje), me hizo pasar al cuarto y sólo había un colchón doblado sobre una pequeña cunita.
Al salir le pregunté a mi taxi si quizás pudiésemos haber podido hacer algo más, haber tomado otro camino, otro atajo; me hizo un cambio de luces y prendiendo el señalero derecho me dijo que no, que hicimos todo lo que pudimos.
En el espejo sólo vi lágrimas inundando mis mejillas y a mi taxi también le costó arrancar, el asfalto se convirtió en un camino flanqueado por nubes.
Si ese dios del que tanto hablan existe, hoy le perdí el poco respeto que le tenía.
Despegué del suelo, no existían ni semáforos ni señales de tránsito, sólo el halo de vida que quedaba entre entre las frazaditas que lo envolvían.
Bajaron casi en marcha y se perdieron entre un mar de túnicas blancas; jamás había sentido tanta impotencia, tanta rabia.
Ayer me llevó un pasajero cerca de la casa del bebito; la mamá me atendió amablemente ( pensó que le iba a cobrar el viaje), me hizo pasar al cuarto y sólo había un colchón doblado sobre una pequeña cunita.
Al salir le pregunté a mi taxi si quizás pudiésemos haber podido hacer algo más, haber tomado otro camino, otro atajo; me hizo un cambio de luces y prendiendo el señalero derecho me dijo que no, que hicimos todo lo que pudimos.
En el espejo sólo vi lágrimas inundando mis mejillas y a mi taxi también le costó arrancar, el asfalto se convirtió en un camino flanqueado por nubes.
Si ese dios del que tanto hablan existe, hoy le perdí el poco respeto que le tenía.